EL VOLUNTARIADO

Es evidente que en la vida las personas podemos adoptar varias actitudes ante los demás, ante los que están más allá de nuestro yo y de nuestro círculo familiar. Para mí, simplificando, son tres las más importantes: estar a favor, estar en contra o ignorarlos.

Vivir para sí y los suyos.

Los hay que no viven más que para sí y los suyos; los otros les importan nada y viven al margen de sus problemas. No se sienten afectados por el dolor humano que les rodea, esté lejos o cerca. Es necesario que alguien de afuera de su círculo entre en él para humanizar a esta gente abriéndoles a perspectivas más amplias que las estrictamente familiares. Hay que hacerles ver los lazos relacionales que tienen con todos los humanos.

Vivir en contra de los demás.

 A la anterior postura se añade un aspecto negativo: considerar al otro como medio de los propios intereses. Podemos fijarnos en el terreno económico y aquí lo que se intenta es que el otro nos sirva para incrementar nuestra riqueza. Se origina así la explotación de los seres humanos. Luego, para mantener esta situación, surgen las leyes opresivas para que nadie se pueda revolver contra la injusticia establecida. En el caso de que ello ocurra, se echa mano de las fuerzas represivas del Estado, que se crean con tal fin. Desde esta perspectiva la forma precisa del voluntariado habría de ser el compromiso político o sindical.

A veces las acciones en contra de las personas se dan en ambientes delictivos, lo que casi siempre implica, además de la explotación, trabajos en condiciones deplorables, situaciones indignantes. Un ejemplo sería, hablando en general, el comercio del sexo, la trata de blancas, que, por cierto, por occidente muchas de ellas son negras, amarillas… Poco importa el color de la piel. También el trabajo de niños, que suele ocultarse con mucho esmero. Salir sin ayuda de estos círculos puede resultar muy difícil. Este ha de ser también otro campo del voluntariado.

Se da el caso de ser el mismo sistema donde uno vive el que, debido a la globalización, te sitúa en un grupo que está en contra de otro; se dice, creo que con razón, que hay países, situados casi todos en el hemisferio norte, que viven a costa de otros países, que suelen estar en el hemisferio sur. Es lógico que en las  zonas donde tantos mueren de hambre o por falta de los servicios esenciales, nos vean a los occidentales del norte como los que estamos en su contra, pues somos nosotros los que les estamos robando sus recursos, quitándoselos a cambio de casi nada, o, lo que es peor, a cambio de esclavitud y miseria. Independientemente de nuestra voluntad, pero beneficiándonos de ello, estamos dentro de un grupo que está en contra de otro. Hemos de buscar y encontrar cómo subsanar en lo posible esta injusta situación en la que de alguna manera estamos implicados. Hay voluntarios que están implicados en esta tarea de liberación.

Vivir en favor de los demás.  

Son los solidarios, los que apoyan a los que necesitan ayuda, los que están al lado de los que sufren por cualquiera de las mil razones que dañan a los seres humanos. Algunas de ellas son de carácter natural (enfermedades, catástrofes…) y otras son causadas por personas que hacen sufrir a otros. Ya hemos hablado de la explotación y de la opresión. A veces es uno el que se hace daño a sí mismo. Por ejemplo, la drogadicción, que es una importante máquina de producir sufrimiento tanto al que cae en esta red como a su entorno familiar.

Comprometerse o no, depende de cada uno.

En cuanto uno sale fuera de sí mismo, del entorno familiar, enseguida percibe  que las necesidades humanas son muchas. La postura que uno adopte ante ellas puede estar condicionada por un sinfín de factores que influyen en nuestra decisión, pero creo que en la base de todo está la educación recibida, el desarrollo personal que uno haya tenido, con las influencias de quienes se relacionaron con nosotros, y el momento peculiar que uno esté viviendo. Pero en última instancia depende de nuestra voluntad. En cualquier momento de nuestra vida podemos ser sensibles ante el dolor humano y reflexivamente adoptar una postura comprometida a favor de los demás.

Todos necesitamos de los demás.

Es evidente que, una vez hemos nacido, nos necesitamos mutuamente para sobrevivir. Esto se percibe bien claramente a nivel biológico, pero quizás no de igual manera en nuestra dimensión espiritual, la que es exclusiva del ser humano. Para llegar a ser plenamente humanos en esta dimensión interior de la consciencia, para alcanzar un determinado grado de reflexión, nos necesitamos también los unos a los otros. Necesitamos la compañía de otros individuos de la misma especie que nos vayan enseñando los conocimientos y prácticas acumuladas a través del tiempo por el grupo donde hemos nacido. A través de toda la historia se ha ido acumulando una riqueza cultural, científica, económica, etc…, que está a disposición de los que viven en cada momento. Y son los demás los que nos capacitan para aprovechar ese caudal enriquecedor. En este sentido uno no puede pasar de los demás.

Sentido de la especie.

Cada uno de nosotros individualmente, y la totalidad humana en su conjunto, - los que vivimos, los que vivieron y los que vengan-, tenemos un origen común, no sólo en los principios de vida, fruto de unas etapas anteriores evolutivas de la materia, sino en las primeras parejas humanas que aparecieron sobre la tierra. Hay una conexión existencial cósmica irrompible, una como “fraternidad” universal que va incluso más allá de los humanos. El lazo de unión de esa conexión cósmica es la consciencia, que según sea más perfecta la hace más profunda, que es lo que ha sucedido en los seres humanos cuando éstos alcanzan la nueva fase evolutiva caracterizada por la reflexión. Independientemente de nuestra voluntad, objetivamente, somos miembros de una familia humana, con unas características básicas parecidas que nos iguala los unos a  los otros, formando parte de una misma especie. Lógicamente todos estamos obligados a conocer estos hechos que están tan en la base de nuestra existencia, si es que queremos saber quiénes somos. Tener el sentido de la especie ha de ser un paso importante en nuestro proceso de desarrollo personal.

Nuestro común origen existencial y nuestro común desenlace evolutivo son, creo yo, las razones naturales más fuertes que podemos tener para sentirnos “hermanos” los unos de los otros. Tenemos los mismos ancestros biológicos. Podemos decir que por las venas de todos los humanos corre la misma sangre. Hay entre todos una igualdad radical a la que nadie puede renunciar y de la que nadie te puede sacar. Nuestra biología nos constituye en una fraternidad universal irrompible.

Quien es consciente de estos hechos, necesariamente tiene que sentirse inclinado a salir de sí mismo para ir al encuentro del otro, que siente como parte de sí mismo, si lo ve necesitado-sufriente y él puede hacer algo para evitar su dolor. Es entonces cuando se nos presenta inevitablemente la opción de la solidaridad. La llamada se nos hace en los niveles más profundos de nuestro ser. El sí, o el no, dependerá del puesto que le demos a estas verdades tan radicales en nuestra escala de valores. También dependerá de nuestra sensibilidad y de nuestra generosidad. Los hay tan sin entrañas, que no sólo pasan de las situaciones inhumanas de sus semejantes, sino que son ellos mismos los que las causan. ¡Es el sin sentido, la irracionalidad que se ha impuesto tantísimas veces, lamentablemente, en la historia de la humanidad! Sin embargo, lo realmente “natural” debiera ser el apoyo, la ayuda…, a todo ser humano que se encuentre en debilidad, sea provocada por él mismo o porque otros le estén violentando.

Ante el dolor humano la solidaridad es ineludible.

 En este nivel donde nos situamos no caben razones que justifiquen el pasar de largo, a no ser que estemos imposibilitados. Ninguna ley, ni divina ni humana, nos podrá disculpar. El ser de las cosas está antes y obliga más fuertemente que cualquier ley sobrevenida. Cuando uno es consciente de los lazos “naturales” tan profundos y tan fuertes que nos unen los unos a los otros necesariamente nos sentiremos empujados a la solidaridad. Otra cosa es que no nos dejemos arrastrar por esas voces naturales interiores. O que no  las oigamos o no sepamos interpretarlas. También puede ser que algunos vivan en medio de un tal ruido mundano que no pueden ni siquiera oírlas. Es verdad, se necesita de una cierta vida interior para poder percibir los susurros de la naturaleza.

Hay otros caminos para llegar a la opción de la solidaridad.

Algunos humanismos y religiones hacen de sus seguidores personas comprometidas en el quehacer de  un mundo mejor y en la ayuda cercana y efectiva a los que necesitan de ella. El camino que yo más conozco es del cristianismo. En el centro mismo de la mística cristiana está el seguimiento del fundador de este movimiento, cuya vida fue definida muy certeramente como una persona que ha sido enteramente para los demás. Y, por otra parte, todas sus enseñanzas morales él mismo las ha resumido en el mandamiento del amor fraterno. Este es el núcleo central del cristianismo, que, evidentemente, es bien sencillo, de muy fácil comprensión, aunque, incomprensiblemente, no tan asimilado y seguido por quienes se confiesan cristianos. Son muchos los que, atrapados por el complicado entramado religioso, no han podido llegar al conocimiento de lo esencial del mensaje de Jesús de Nazaret. Andan perdidos, bastante lejos del camino cristiano, que no es otro que “ser para los demás”, en especial para los más necesitados y marginados, en una entrega de amor fraterno.

Este lenguaje religioso que habla de un Dios Creador y Padre hay que entenderlo tal como es: un lenguaje  mitológico y metafórico, que no podemos interpretar al pie de la letra, sino que hemos de captar lo que hay más allá de unas palabras que intentan hablarnos de realidades intuidas por algunas personas y compartidas luego por otras muchas. Son narrativas que tienen el valor de transmitirnos vivencias interiores que han servido para mejorar, en cierto modo y medida, las relaciones humanas.  Ninguna idea, ninguna vivencia, nada, en cualquier dimensión de la vida humana (literaria, filosófica, artística, religiosa…) podemos rechazar, mientras ello sea para bien del ser humano. Distinto sería cuando una idea o vivencia sea utilizada en contra del hombre o de la naturaleza. Es decir, si la religión nos sitúa en el camino del ser para los demás, bienvenida sea.

La fraternidad cristiana es universal, ya se refiera a los seres humanos, pues se fundamenta en una concepción de Dios como Padre de todos, ya se  entienda en un sentido más amplio, cósmico, pues ha de abarcar todo lo que existe, tenga vida o no, debido a la idea también cristiana del Dios Creador, con quien, como creyentes, adquirimos el compromiso no sólo de respetar, sino de cuidar y hacer progresar cuanto él ha hecho. Creer en el Dios-Creador nos obliga a la solidaridad ecológica de la que ha de ser objeto toda la naturaleza. Los buenos efectos del voluntariado que actúa sobre el ecosistema repercuten muy directamente en los seres humanos.

La opción de ser voluntario.

Todos, al ir conformando nuestra personalidad, influenciados desde múltiples ángulos, vamos construyendo nuestro proyecto de vida. Cada cual elige las coordenadas donde lo va a enmarcar, la orientación que queremos dar a nuestro modo de ser y a nuestro quehacer en el mundo. Las opciones son muchísimas. Estas decisiones, que afectarán a lo más profundo de nuestra vida, las hemos de ir tomando con responsabilidad. El hecho es que hay un grupo de gente, a decir verdad bien exiguo, que han tomado la opción de ser para los demás, que han asumido una actitud de servicio gratuito. Creo que es importante que aquellos que logren oír la llamada a la solidaridad, sea hecha desde donde sea y por quien sea, que la escuchen y sean generosos en el darse. Es importante también darle un sentido profundo a nuestro compromiso, fundamentándolo en ideas asumidas por uno, para que se arraigue en nosotros y tenga una cierta estabilidad, que no sea un sí, hoy, y un no, mañana.

Como resumen de esta reflexión decir que hay buenas razones, las citadas anteriormente y otras, para estar formando parte de ese grupo que llamamos VOLUNTARIADO, decisión que ha de ser fruto de un acto libre y gratuito de nuestra voluntad. De ahí su nombre.

José María Álvarez.